top of page

Aprender a dejar ir

  • Foto del escritor: Renata González
    Renata González
  • 7 abr
  • 4 Min. de lectura

¿Cuántas veces en la vida nos aferramos a alguien o a algo que, en el fondo, sabemos que ya no encaja en nuestra historia? No porque no podamos soltarlo, sino porque no queremos soltarlo. Porque dejar ir duele, y a veces, el corazón insiste en quedarse donde ya no es.


Yo, en lo personal, soy de esas personas que cuando ama —o simplemente le importa alguien—, lo da todo. Sin medias tintas. Entrego mi tiempo, mi energía, mi atención, mis palabras, mis abrazos, mi presencia. Me gusta que las personas que quiero se sientan seguras, valoradas, amadas, respetadas… que sepan que tienen a alguien incondicional. Pero ahí está el problema: a veces doy tanto que me olvido de mí misma. Me aferro a la idea de que si sigo intentando, si sigo dando, tal vez no se vayan. Tal vez no duela.


Pero la realidad es que no todo está destinado a quedarse. A veces, las personas llegan solo por un tramo del camino. Y no porque no sean importantes o no nos hayan querido, sino porque su papel en nuestra historia ya se cumplió.


Aprender a dejar ir no es rendirse. Es elegirnos. Es reconocer que merecemos relaciones recíprocas, espacios que no nos pesen, lugares donde podamos respirar sin tener que rogar por aire. Es aceptar que el amor también se demuestra cuando decidimos soltar lo que ya no nos sostiene.


No es fácil. Duele. A veces el corazón se parte un poquito. Pero también es ahí, en medio de esa tristeza, donde comienza la sanación. Porque cuando dejas ir, haces espacio para ti. Para tu paz. Para lo que sí es.


Aprender a dejar ir es, quizás, uno de los actos más valientes que existen. Pero también uno de los más liberadores.


Y es que… dejar ir también es un acto de amor. No hacia los demás, sino hacia ti misma. Es mirarte al espejo y reconocer que ya hiciste lo que podías, que amaste como solo tú sabes hacerlo, y que no necesitas quedarte donde ya no te valoran para validar ese amor. Porque tu entrega vale, incluso si no la supieron recibir.


Nos han enseñado a sostener con fuerza, pero casi nunca a soltar con ternura. A luchar hasta el final, pero no a entender cuándo ese “final” ya llegó. Nadie nos habla del silencio que queda después, de las noches donde el recuerdo pesa, o del miedo que da empezar de nuevo. Pero también nadie nos dice que, tras ese duelo, viene una calma. Una paz suave, tibia, que se instala cuando dejas de luchar contra lo inevitable.


Y si lo piensas… ¿por qué nos cuesta tanto soltar? Tal vez porque le ponemos mucho peso a las promesas, a los planes, a los “para siempre” que tejimos con ilusión. O quizá porque tememos quedarnos vacíos, como si dejar ir fuera sinónimo de perder. Pero no es así. No pierdes. Aprendes. Te transformas.


Dejar ir no es olvidar. Es recordar sin dolor. Es honrar lo vivido, agradecer lo compartido, y caminar con la frente en alto, sabiendo que diste todo, que fuiste auténtica, que amaste con verdad.


Y al final, lo más poderoso que puedes hacer por ti misma… es no mendigar amor, presencia o interés. Es darte cuenta que mereces a alguien que también elija quedarse, que te valore sin que tengas que explicarlo mil veces. Alguien que no solo reciba lo que das, sino que también sepa devolverlo.


Así que si estás en ese punto donde sabes que es momento de soltar, pero te da miedo… respira. Llora si tienes que llorar. Pero no te detengas. Porque hay un tipo de libertad que solo llega cuando sueltas lo que ya no es tuyo.


Y tú, que has dado tanto, también mereces que te den.

Tú, que has amado con todo, también mereces ser amada así.

Tú, que has sostenido, también mereces que te sostengan.


Aprender a dejar ir no es el final. Es el inicio de volver a ti.


De volver a mirarte con compasión, de recoger cada pedazo que entregaste y construirte de nuevo, más consciente, más fuerte, más tú. Es el inicio de poner límites, de decir “hasta aquí” sin culpa, de entender que no estás hecha para quedarte donde no te eligen o donde solo te quieren a medias.


Porque tú no naciste para mendigar migajas de afecto. No naciste para esperar mensajes que no llegan, disculpas que no se dan, cambios que nunca suceden. Naciste para ser elegida con la misma intensidad con la que tú eliges. Para ser cuidada como tú cuidas. Para ser amada sin condiciones, sin juegos, sin excusas.


Y lo más importante: naciste para elegirte a ti.


Así que suelta. Suelta sin miedo, sin rabia, sin rencor. Suelta porque te amas lo suficiente como para no quedarte donde ya no hay luz. Y si duele, que duela. Que duela hasta que sane. Porque cada vez que decides dejar ir lo que no te corresponde, estás volviendo a ti. A tu centro. A tu verdad. A tu paz.


Y eso… eso es poder.

Eso es amor propio.

Eso es libertad.


Renata.

Comentarios


Suscríbete para que no te pierdas nada

¡Gracias por suscribirte!

© 2035 by Cartas a un Blog Powered and secured by Wix

  • Facebook
  • Twitter
bottom of page