Creí que eras tú.
- Renata González

- 2 ago
- 2 Min. de lectura
Creí que eras tú. Con tu risa contagiosa y esos chistes que nunca se acababan. Tus abrazos, tus besos.
Siento que conectamos desde el primer momento en que nos presentaron, aunque ninguno de los dos lo notó en ese entonces.
Empezamos a hablar cada vez más. Nos veíamos entre clases, fuera de la universidad, en tu casa… hasta que, un día, se volvió algo más.
Nunca hablamos de lo que éramos. Solo actuábamos como si supiéramos. Y tal vez ahí fue donde empezó a romperse.
Tantas cosas que no quise ver… que no quise notar. Estaba enamorada. Enamorada del chico malo, del que tenía presencia, carácter, ese que todos respetaban. Pero en ese entonces no sabía si lo hacían por miedo o por lealtad. Y ahora que lo pienso, dos años después de ti, ninguna de las dos es buena.
Al principio todo era ligero. Reíamos, salíamos, hablábamos de cualquier cosa. Yo aún no sabía que te estaba empezando a querer.
Y antes de que formalizáramos lo que éramos, te vi con alguien más. Alguien que me rompió un poco el corazón. Porque yo me adapté a ti, a tu situación, y lo único que te pedí fue que, con ella, no. Y cuando te lo dije, creo que lo tomaste como un reto.
Me dolió. Lloré toda la noche. No dormí.
Y ahí por fin lo acepte, te quería. Por eso me importó tanto.
Ese día me iba a quedar contigo. Y aunque ya llevábamos tiempo viéndonos, actuando como pareja sin el título, no lo pensaste dos veces: la llevaste a tu cama esa noche. No te importó dónde dormiría yo. Estaba a una hora de mi casa porque había viajado con ella para verte. A ella quería presentarle a ese chico increíble que, en secreto, me gustaba.
Y seamos realistas: te gustaba el secreto. Te gustaba no formalizarlo, fingir que no lo querías. Porque tu corazón ya había sido herido, sí… pero no por mí.
Esa noche dejé de confiar en ella. Pero, por creer que yo merecía ser amada, acepté todo. Y los perdoné. A los dos.
Durante mucho tiempo no tuve la fuerza para escribir sobre ti. Guardé cada recuerdo como si esconderlo lo hiciera desaparecer. Como si silenciarme fuera suficiente para no sentir. Pero el dolor no se borra con el silencio, solo se acumula. Y en ese silencio me quedé yo, rota en pedacitos que no sabía cómo volver a armar.
Hoy, después de tanto tiempo, ya no me tiemblan las manos al recordar. Ya no me ahogo en lo que fuimos. Puedo nombrarte sin romperme. Sin rencor. Sin esa mezcla de nostalgia y rabia que me seguía a todas partes.
Porque entendí que no se trata de negar lo que sentí, sino de honrarlo desde otro lugar. Que no soy débil por haber amado, ni ingenua por haber perdonado. Fui valiente, incluso cuando me dolía.
Y aunque esta historia tenga muchas más páginas, esta es apenas la primera.
Y esta vez, la estoy escribiendo yo. A mi manera. Con voz propia. Sin miedo.





Comentarios