¿Cuántas veces hemos tenido que despedirnos de alguien o algo sin estar listos para hacerlo?
- Renata González

- 10 feb
- 3 Min. de lectura
En algún momento de nuestras vidas, todos hemos tenido que dejar ir algo o a alguien, y a veces, hacerlo resulta muy difícil. En lo personal, me resulta fácil soltar ciertas cosas y permitirles irse, porque entiendo que si en este momento no encajan en mi vida, es mejor tomar otro camino. No significa alejarme por completo o cortar lazos definitivamente, sino simplemente dejar que ocupen un espacio diferente, menos presente en mi realidad, cuando ya no tienen más que enseñarme.
Sin embargo, hay despedidas que no dependen de nosotros, momentos en los que no podemos decidir si soltar o aferrarnos un poco más. Hace menos de un mes, tuve que despedirme de mi papá en su funeral, despues de un año sin verlo. Nunca pensé que la última vez que lo vi sería realmente la última. No hubo advertencias, ni tiempo para prepararme, solo la noticia que de un momento a otro lo cambió todo.
Al principio, no se siente real. Como si el mundo siguiera girando y yo me hubiera quedado atrapada en esa última conversación que tuvimos, en el último mensaje que le mandé sin saber que no habría respuesta. Pero la vida no espera a que proceses el dolor. De repente, estás ahí, parada frente a un ataúd, intentando asimilar que ya no está, que no habrá otra oportunidad para abrazarlo, para decirle todo lo que creías que tendrías tiempo de decir.
Nunca he sido de aferrarme a las cosas o a las personas cuando es momento de soltar, pero ¿cómo se suelta algo que nunca quisiste perder? No sé si alguna vez se aprende del todo. Pero sí sé que el amor no se va con ellos. Se queda en los recuerdos, en las palabras que me decía y que siguen resonando en mi mente, en la manera en que me veo al espejo y lo reconozco en mí.
Estoy aprendiendo a vivir con su ausencia. A hacer de esta despedida algo que duela menos con el tiempo. Porque, aunque el adiós fue inesperado, su amor sigue aquí. Y eso es algo que nunca tengo que dejar ir.
Pero el momento más difícil fue cuando tuve que decirle adiós de verdad. No en mi mente, no en mensajes que nunca recibiría, sino ahí, frente a su ataúd. Me quedé de pie, mirándolo, esperando sentir algo que me hiciera entender que realmente se había ido. Pero solo sentí vacío. Como si el tiempo se hubiera detenido y mi cuerpo estuviera ahí, pero yo no. Quise hablar, pero no encontré las palabras. Quise llorar, pero el dolor era tan profundo que se quedó atorado en mi pecho. Todo lo que no dije antes, todo lo que no hicimos, todo lo que creí que aún teníamos tiempo de compartir… se convirtió en un peso imposible de sostener.
Y en ese momento entendí que no siempre hay una despedida perfecta. Que a veces el destino nos arrebata a las personas antes de que estemos listos, antes de que podamos hacer las paces con el tiempo perdido. Pero también entendí que no se trata solo de lo que quedó pendiente, sino de todo lo que sí fue. De los momentos que compartimos, de las risas, de las palabras que sí llegaron a decirse. De que, aunque su presencia ya no está, su amor sigue aquí.
No sé si algún día deje de doler, pero quiero creer que aprenderé a vivir con ello. Que, con el tiempo, su ausencia pesará menos y los recuerdos dolerán menos también. Que el amor que nos unió no se mide por el tiempo que tuvimos, sino por lo que dejó en mí.
Y si algo quiero llevarme hacia el futuro es esto: no voy a esperar a que sea demasiado tarde para decir lo que siento, para estar presente con quienes amo. Porque no podemos controlar cuándo será la última vez que veamos a alguien, pero sí podemos asegurarnos de que, cuando ese momento llegue, no nos quedemos con las palabras atrapadas en la garganta.
Así que aquí estoy, aprendiendo a llevar su ausencia con calma, a recordarlo sin que duela tanto, a dejar que su amor siga acompañándome en cada paso. No hay una forma correcta de sanar, solo el tiempo y el cariño que nos dejaron quienes ya no están. Y aunque la vida siga avanzando sin él, sé que su amor nunca se irá, porque algunas despedidas no significan un adiós, sino un “te llevo conmigo, siempre”.
Te amo para siempre.
Renata.





Comentarios