Desde aquí
- Renata González

- 25 mar
- 3 Min. de lectura
Y ahí estaba ella, frente a su computadora, dándole sin parar al teclado como si las teclas fueran a desaparecer en cualquier momento. Sus dedos volaban, como si tuviera una idea tan grande que, si dejaba de escribir, aunque fuera un segundo, se le escaparía para siempre.
Yo, mientras tanto, tomaba mi café con toda la calma del mundo, viéndola entrar de lleno en ese universo que tiene en la cabeza. Porque cuando se mete ahí… olvídate, no hay quien la saque. Bueno, salvo que le digas que es hora de comer.
Porque claro, nunca se pierde una comida. Jamás. Y es justo en esos ratos cuando hablamos de las cosas que se le ocurrieron ese día. La escucho con atención, aunque debo admitir que a veces me cuesta seguirle el ritmo. Entre tantos mundos, criaturas mágicas y aventuras imposibles, yo ya no sé si el príncipe vuela en un robot, o si tiene que ganar un torneo a muerte para salvar el mundo… o romper una maldición comiéndose un platillo envenenado.
Pero bueno, para ella todo tiene sentido. Y yo, honestamente, no podría estar más maravillado.
Meses después de haber comenzado esa gran historia, de haber construido un mundo completamente nuevo desde cero, finalmente llegó el día. Era octubre cuando escribió las últimas palabras de su primer manuscrito, y yo no podía estar más orgulloso de todo lo que había logrado.
Escribir un libro no es cualquier cosa. Y cada vez que me mandaba un nuevo capítulo para leer —porque sí, yo fui su lector número uno desde el principio—, me dejaba más impresionado. Con cada página me convencía más de que ese era su camino, su verdadera misión de vida. Como si ella fuera el puente entre este mundo y otro completamente distinto… y tuviera la tarea de contarnos su historia desde allá.
Un tiempo después, consiguió una agencia literaria que creyó en su manuscrito y la ayudó a dar el siguiente paso: encontrar una editora. Y esa editora se enamoró de sus palabras igual que yo. Igual que cualquiera que la haya leído con el corazón abierto.
Cuando le mandaron el contrato, me lo pasó sin dudarlo. Yo, feliz de poder ayudar, lo leí con calma. Era mi área, al fin y al cabo, y si algo tengo claro en esta vida es que haría lo que fuera con tal de que nadie se aprovechara de ella. Quería asegurarme de que todo estuviera bien, que no hubiera letra chiquita escondida, que sus sueños estuvieran protegidos.
Porque siempre ha sido así. Porque siempre he querido lo mejor para ella.
Y sé que no alcanzaré a ver el libro impreso.
No podré sostenerlo entre mis manos, ni abrazarla el día que tenga su primera presentación en una feria de libros. No estaré ahí para ver su historia en los estantes de una librería por primera vez, ni para verla sonreír mientras firma su nombre en las páginas de los ejemplares.
No podré oírla gritar de felicidad cuando su libro se convierta en un best seller.
Y me rompe el corazón.
Me duele no estar con ella, haberme ido antes de tiempo, antes de verla lograr todo por lo que tanto luchó.
Pero, aunque ya no esté en este plano, sigo con ella. Siempre. Porque sé que seguirá adelante sin mí, fuerte como siempre ha sido.
Y aunque mis brazos ya no puedan abrazarla, mi alma la acompaña en silencio. En cada paso, en cada logro, en cada palabra que escriba.
Porque nuestras almas están entrelazadas… y el amor que nos une no entiende de despedidas.
Ahora, verla cumplir sus sueños desde aquí… es más de lo que jamás imaginé.





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