La historia que nunca fue
- Renata González

- 14 mar
- 2 Min. de lectura
Escribo la historia. Mi historia. La releo una y mil veces esperando encontrar el mismo camino y ninguna vez es el mismo. Y la teoría pasada se esfuma en el aire como el humo de una fogata danzando lejos de las llamas o como las huellas de la arena siendo ahogadas en el mar y nunca volviendo a aparecer por si solas.
Lo he intentado muchas veces, ordenar los recuerdos, las infinitas memorias de mi alma. De esa alma que, en cada versión de su existencia, acumula recuerdos como cicatrices invisibles, siendo energía infinita e inamovible.
Porque si hubo un inicio —y siempre lo hay—, no recuerdo el día en que mi cuerpo comenzó a respirar ni el instante en que mi alma decidió reencarnar. Pero todo tiene un por qué, una razón de ser. Para muchos, es la búsqueda de la verdad; para otros, no hay motivos, y por eso terminan su historia antes de tiempo, esperando iniciar otra cuando su energía decida conectarse de nuevo con el misterio del universo y la vida.
Tal vez la historia de mi vida no exista porque nunca ha tenido un solo principio ni un solo fin. Tal vez solo somos fragmentos flotando en el tiempo, en busca de significado, en busca de nosotros mismos. Y así, en este ir y venir, la vida se escribe y se borra a la vez, dejando en el aire la promesa de que algún día entenderemos por qué estamos aquí.
Las huellas en la arena desaparecen, el humo se disuelve en el aire, los recuerdos se transforman. Y sin embargo, seguimos aquí, escribiendo y borrando, buscando y perdiendo, creando y destruyendo… en un ciclo sin fin que, de algún modo, nos da vida.





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