¿Por qué tememos a quienes sienten demasiado?
- Renata González

- 12 feb
- 3 Min. de lectura
En algún momento de nuestra vida, todos hemos escuchado la palabra intenso usada como un insulto disfrazado de comentario casual. “Es que es muy intenso”, decimos cuando alguien expresa demasiado, siente demasiado, o simplemente vive con una pasión que nos incomoda. En un mundo donde la indiferencia parece ser sinónimo de madurez y el desapego de estabilidad, las personas intensas se convierten en una especie de anomalía emocional.
Pero, ¿por qué nos incomodan tanto?
La intensidad es una de esas características que la sociedad nos ha enseñado a mirar con recelo. No está mal ser apasionado, pero no demasiado. No está mal enamorarse, pero sin exagerar. No está mal emocionarse, pero con moderación. Se nos inculca la idea de que sentir demasiado es un problema, que la estabilidad emocional se traduce en medir cada reacción, en no demostrar demasiado entusiasmo, en no mostrar demasiado interés para no parecer desesperados.
Lo irónico es que, si miramos a nuestro alrededor, las personas que han dejado huella en la historia han sido precisamente aquellas que no tuvieron miedo de sentir y vivir con intensidad. Los grandes artistas, escritores, músicos, líderes y revolucionarios fueron — y siguen siendo — personas que se atrevieron a sentir profundamente y canalizar su intensidad en lo que los movía.
El miedo a la intensidad ajena
A veces, la incomodidad que nos genera una persona intensa no tiene tanto que ver con ella, sino con nosotros mismos. Las personas intensas nos confrontan con nuestra propia represión emocional. Nos recuerdan lo que alguna vez sentimos con la misma fuerza, pero que con el tiempo aprendimos a esconder. Nos enseñan lo que podríamos ser si no nos atáramos a las normas no escritas del “sentir con moderación”.
Ser intenso no es sinónimo de ser inestable, ni de ser una carga para los demás. Es sinónimo de vivir sin filtros, de atreverse a decir te quiero sin miedo al rechazo, de llorar cuando el alma lo necesita y de no esconder la emoción cuando algo nos mueve.
Reivindicando la intensidad
En lugar de ver la intensidad como algo que debe ser corregido, tal vez es momento de cambiar la narrativa. La intensidad es el motor de la creatividad, de las conexiones genuinas, de los grandes momentos de la vida. ¿Acaso no son las personas intensas las que aman con todo su ser, las que se entregan sin miedo a lo que les apasiona, las que ríen más fuerte y lloran más profundo?
Claro, como en todo, el equilibrio es importante. Pero el equilibrio no significa apagar la intensidad, sino aprender a canalizarla, a usarla como un superpoder en lugar de como una carga. Porque el mundo ya tiene suficientes personas indiferentes, desapegadas y controladas. Lo que necesita son más personas que vivan con el corazón abierto, sin miedo a sentir, a ser, a experimentar la vida con toda la fuerza que esta merece.
Así que la próxima vez que pienses en alguien como “demasiado intenso”, pregúntate: ¿realmente es un problema suyo o es el reflejo de algo que nosotros mismos hemos aprendido a reprimir? Y si eres de esas personas que sienten todo en su máxima expresión, no te disculpes por ello. Al contrario, celébralo. Porque en un mundo que teme sentir, ser intenso es un acto de valentía.
Orgullosamente soy una persona intensa. Y … ¿Tú?
Renata.





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