Ser mujer en México: el grito que no se apaga
- Renata González

- 8 mar
- 5 Min. de lectura
Ser mujer en México es una paradoja constante. Es crecer rodeada de la fuerza de otras mujeres, de madres que sostienen hogares, de abuelas que han sobrevivido a tiempos difíciles, de amigas que nos enseñan a ser valientes. Pero también es enfrentarse, desde la infancia, a un mundo que nos quiere frágiles, a una sociedad que nos dice que debemos ser “correctas”, a un sistema que muchas veces nos desampara.
Desde que somos niñas, aprendemos a vivir con miedo. Nos enseñan que hay horarios y lugares que no son seguros, que hay ropa que es “peligrosa”, que hay sonrisas que se pueden malinterpretar. Nos repiten que debemos ser precavidas, que no debemos andar solas, que si algo nos pasa, probablemente podríamos haberlo evitado. Se nos culpa por existir en un mundo que nos violenta, como si nuestra simple presencia justificara los abusos que otros cometen.
Ser mujer en México es nacer con la certeza de que la vida, en cualquier momento, puede arrebatarnos la voz. Es crecer con advertencias disfrazadas de consejos: “No camines sola de noche”, “No confíes en desconocidos”, “Manda tu ubicación cuando llegues”, “No hables demasiado fuerte”, “No te vistas así”, “No respondas, mejor quédate callada”. Es aprender desde pequeñas que el miedo es nuestro compañero de vida, que las calles no nos pertenecen, que un “te quiero” puede ser mortal y que la justicia, en demasiadas ocasiones, es un privilegio y no un derecho.
Pero el problema no es la hora en la que salimos, ni la ropa que usamos, ni las decisiones que tomamos. El problema es la impunidad. Es la falta de justicia para tantas mujeres desaparecidas, para tantas víctimas de feminicidio, para tantas que han sido violentadas y que, en lugar de encontrar apoyo, enfrentan un sistema que las revictimiza.
Cada 8 de marzo, las calles de México se tiñen de morado y verde. Nos reunimos en plazas y avenidas, en cada rincón del país, para recordar a las que ya no están, para exigir justicia, para hacer ruido en un país que ha normalizado nuestra violencia. No marchamos porque queremos ser “rebeldes”, marchamos porque queremos vivir.
El 8M no es una celebración. No es un día para felicitarnos ni para decirnos “feliz día de la mujer”. Es un día de memoria, de resistencia, de lucha. Es el día en que gritamos por las que fueron calladas, por las que no encontraron justicia, por las que hoy deberían estar con nosotras pero no lo están.
Marchamos porque en México, cada día, al menos 10 mujeres son asesinadas.
Marchamos porque miles de mujeres han desaparecido y sus familias siguen buscando respuestas.
Marchamos porque la violencia de género no es un problema aislado, sino una epidemia.
Marchamos porque ser mujer en México es vivir con miedo, pero también con el coraje de quienes no se rinden.
Ser mujer en este país es aprender a moverse con precaución. Es saber que cuando caminamos solas de noche, nos enviamos mensajes entre nosotras para asegurarnos de llegar bien. Es sentir un escalofrío cuando un hombre nos sigue en la calle. Es cargar gas pimienta en la bolsa y repasar mentalmente qué hacer en caso de que algo salga mal.
Pero también es encontrar fuerza en otras mujeres. Es mirar a nuestra madre y entender todo lo que ha pasado para llegar hasta aquí. Es ver a nuestras amigas y saber que, pase lo que pase, nos tenemos las unas a las otras. Es escuchar la historia de una desconocida y sentir su dolor como propio, porque todas hemos vivido de una u otra forma la violencia, el miedo, la injusticia.
Ser mujer en México es aprender a pelear por nuestra vida, pero también es aprender a amarla con intensidad. Es reír fuerte, abrazar con fuerza, gritar con todas nuestras fuerzas cuando marchamos. Es la sororidad, la empatía, la unión. Es la certeza de que si tocan a una, respondemos todas.
Ser feminista en México no es una moda, es una necesidad. Es entender que esta lucha no se trata solo de nosotras, sino de las que vienen después. Es luchar para que nuestras hijas, sobrinas, amigas y hermanas no tengan que vivir con el mismo miedo que nosotras.
El feminismo nos ha enseñado a cuestionar lo que antes dábamos por sentado:
• Que no es normal que nos acosen en la calle.
• Que no es normal que la violencia doméstica sea vista como un “asunto privado”.
• Que no es normal que la justicia llegue solo para unas pocas.
El feminismo nos ha dado la voz que durante tanto tiempo nos intentaron arrebatar. Nos ha dado la rabia que convierte el miedo en resistencia. Nos ha dado la certeza de que no estamos solas.
Este 8 de marzo, cuando salgamos a las calles, cuando levantemos nuestras pancartas, cuando gritemos juntas, estaremos recordando a las que ya no pueden hacerlo. Pero también estaremos demostrando que estamos aquí, que seguimos luchando, que no nos rendimos.
Porque nos queremos vivas.
Porque nos queremos libres.
Porque nos queremos todas.
Y a ustedes, hombres de México…
¿No están cansados? ¿No les pesa vivir en un país donde ser hombre significa cargar con la culpa de sus antepasados y con la violencia de sus contemporáneos? ¿No les duele ver a sus madres, hermanas, novias, amigas y compañeras de trabajo con miedo? ¿No les asusta que el día de mañana pueda ser su hija la que desaparezca, su hermana la que no regrese, su madre la que llore a una nieta que nunca volverá?
Tal vez creen que esto no es su problema. Que esto no los toca. Que no son parte de esto porque ustedes “nunca han hecho nada”. Pero quedarse en silencio, ignorar, minimizar y burlarse… también es hacer algo. También es permitirlo.
Piensen en todas las veces que han visto a un amigo acosar a una mujer y han mirado hacia otro lado. En todas las veces que han escuchado un comentario machista y han preferido reír en lugar de confrontarlo. En todas las veces que han sido testigos de violencia, pero no han querido “meterse en problemas”.
Les dijeron que ser hombres significaba ser fuertes, no llorar, no mostrar emociones. Pero, ¿qué clase de fortaleza es esa que se alimenta del miedo ajeno? ¿Qué tipo de poder es el que los hace temer la vulnerabilidad? ¿Qué tan libres son si viven en una sociedad donde necesitan demostrar su masculinidad oprimiendo a las demás?
Hoy nosotras estamos aquí, en las calles, gritando por nuestra vida. Y ustedes, ¿qué harán?
Tienen una decisión frente a ustedes:
• Pueden seguir siendo cómplices del sistema que nos mata.
• O pueden hacer algo distinto.
Pueden cuestionar lo que les enseñaron. Pueden hablar con sus amigos, con sus hermanos, con sus compañeros de trabajo. Pueden desaprender el machismo que heredaron y construir nuevas formas de ser hombres. Pueden dejar de sentir que esto es una guerra de sexos y empezar a entender que es una lucha por la vida.
Porque el feminismo no busca su destrucción. Busca liberarlos también. Busca que ustedes tampoco tengan que cargar con la violencia, con la represión, con la presión de ser “hombres de verdad”. Busca que puedan llorar sin ser juzgados, que puedan ser sensibles sin ser ridiculizados, que puedan amar sin miedo a perder poder.
Pero, sobre todo, el feminismo les pide una sola cosa: no sean parte del problema. No se queden callados. No ignoren. No minimicen. No justifiquen.
Porque el día que ustedes decidan cambiar, el mundo también cambiará con ustedes.
Y ese día, quizás, ya no tengamos que marchar.





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